El influjo del zodíaco

El zodíaco señalaba la franja del cielo atravesada por la eclíptica, o camino que aparentemente recorría el sol en el curso de un año. Hasta finales del siglo XVII, a pesar de las hipótesis revolucionarias de Copérnico y Galileo, que situaron el sol en el centro del universo, se continuó creyendo que el sol viajaba durante el día describiendo un arco de este a oeste, y que la Luna lo hacía por la noche, por otra ruta diferente. Las doce constelaciones zodiacales se hicieron corresponder con símbolos, en su mayoría zoomorfos; de hecho, el término zodíaco (compuesto por zóon, «animal», y diakos, «rueda») significa literalmente «círculo de los animales».

Cada constelación representaba un momento del año asociado a mitos de procedencia muy variada. Por ejemplo, Aries, el primero de los signos zodiacales, simbolizaba el renacimiento primaveral del Sol una vez pasado el oscuro invierno y, en consecuencia, la energía regeneradora relacionada con el impulso creador, la valentía e independencia, pero también con una agresividad indomable y destructora. De ahí su asociación con la juventud, el fuego, el temperamento colérico, el calor seco o el color rojo, además de identificarse con la leyenda del vellocino de oro. De manera semejante, Piscis, el último de los signos, representaba el fin del trayecto anual del Sol y, por tanto, el punto de encuentro entre el final de un ciclo cósmico y el principio de un nuevo proceso.

De ahí su asociación con la espiritualidad, el agua, el temperamento flemático, el frío húmedo o el color blanco, así como la identificación de dicho período anual con el carnaval y sus significados iniciáticos sobre la muerte y el renacimiento de la naturaleza.

Además de la enorme influencia atribuida a los signos zodiacales en la fisiología y la psicología individuales, también los elementos, las estaciones o incluso las diversas zonas del globo terrestre se situaban bajo la órbita del zodíaco. Pero si algo expresaba dicha rueda o círculo de los animales con rotundidad era el concepto pagano del tiempo, basado en el eterno retorno de los acontecimientos. Pese a la radical transformación cristiana de la visión del tiempo, que pasó de ser cíclica a lineal, con un antes y un después marcado por la venida de Cristo, la representación del zodíaco siguió siendo aceptada por la Iglesia como símbolo de la dimensión terrenal del tiempo. Así, por ejemplo, cada mes se hacía corresponder con un signo del zodíaco y con una divinidad astral, de los que se suponía emanaban influencias positivas y valiosas enseñanzas sobre el período que dominaban.

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