Los comienzos del cristianismo

Así como el pueblo judío se opone al culto de los emperadores de Roma, resiste igualmente con fuerza a la astrología. Es evidente que el fatalismo astral de esencia estoica contradice los dogmas de redención y omnipotencia divina. Así pues, la astrología es comba­tida por el apóstol Pablo y por los Padres de la Iglesia. Lo que no significa que la astrología antigua no haya ejercido una influencia en los comienzos de la historia cristiana: los esenios son mi claro ejemplo de ello.
Es muy curioso el descubrimiento de vestigios astrológicos en los manuscritos del Mar Muerto. Aun conservando la Ley y los Profetas, todo indica que los esenios adoptaron técnicas astrológicas para determinar la esencia espiritual de cada individuo, la «cantidad de luz y de tinieblas» y sin duda la calidad de los postulantses a la secta. Se cita el caso de un manuscrito claramente astrológico que atestigua la creencia en la determinación del destino del hombre por los astros del día de su nacimiento.
Ciertos autores refieren con toda evidencia la estrella de los Magos, el número 12 de los apóstoles, los 7 pecados capitales, la ascensión al cielo, entre otros elementos religiosos, a las tradiciones astrológicas.
Para los Padres de la Iglesia, los dioses planetarios, Marte, Júpiter o Saturno, son demonios o diablos, y la astrología es de naturaleza pagana. Cabe citar, sin em­bargo, la advertencia de Orígenes (185-254), un impor­tante Padre de la Iglesia, para quien los astros por sí so­los no podían producir nada, pero sí indicar lo que, pa­ra Dios, estaba anticipado. Un adagio frecuentemente citado, «Astro inclinant, non necessitant» (los astros inclinan, [pero] no obligan), data de los primeros tiem­pos del cristianismo. Así pues, o bien hay oposición? o bien hay intento de conciliación. Ya veremos lo lejos que llega esta dualidad.
El más célebre de los Padres de la Iglesia, San Agustín (354-430), reconoce en sus Confesiones haber­se dedicado a la astrología en su juventud, pero, «con ayuda de la gracia divina», «reconoció y rechazó las predicciones mentirosas y las necedades impías de los astrólogos». En La ciudad de Dios, su magna obra filosófica, la actitud es la misma pero, paradójicamente, su autor es el mejor representante de la doctrina de la pre­destinación (el hombre está predestinado a la felicidad o a la condenación eternas cualesquiera que sean sus méritos). Por primera vez, en el año 381, el Concilio de Laodicea prohíbe a los eclesiásticos interesarse en la astrología -prohibición reiterada en los dos concilios siguientes-, lo que prueba verosímilmente que resultó difícil extirpar la astrología de las costumbres cristia­nas. Por otra parte, muchos textos se perdieron entonces a causa de los autos de fe organizados frecuentemente por las autoridades religiosas.
Después de la división del Imperio Romano en Oriental y Occidental (395), se toman medidas más o menos duras contra los astrólogos, ordenando su perse­cución, 10 que finalmente los obliga a refugiarse en Persia, donde nuevos centros culturales conservan’ el espíritu griego y son origen de un contacto con otras civilizaciones y otros pueblos, entre ellos los árabes.

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