Olvido y reaparición de la astrología en Francia

Epoca marcadamente racionalista y positivista, el siglo XIX francés asiste al total olvido de la astrología. Su reaparición a finales del siglo y las causas que la ge­neraron no son fáciles de determinar.
Existió sin duda un movimiento ocultista más o menos subterráneo, mezcla de magia, cábala y artes adivinatorias que en el siglo XVIII se había refugiado, como hemos visto, en diversas sociedades secretas. De hecho, el último tratado francés de astrología es el de Morin de Villefranche que data de 1661 y que está escrito en latín; éste hace mucho tiempo que acumula polvo en las bibliotecas.
La corriente teosófica de H. P. Blavatsky acogida en Gran Bretaña no tiene ninguna repercusión en Francia, a pesar de la temporada que pasó su instigadora en este país.
Parece probado que en el origen de la reaparición de la astrología figuran dos personajes. Uno, conocido miembro de la «Orden cabalística de los Rosacruces», F. C. Barlet (Albert Faucheux, 1838-1921), quien tuvo contactos con la literatura inglesa y escribió un pequeño Tratado de astrología judicial en 1895. El otro, el abate C. Nicoullaud (1854-1923), con el seudónimo Formalhaut, publicó un Manual de astrología esférica y judicial (1897). La corriente iba a ser recreada.
H. Selva (empleado de la Bolsa de París) publica un Tratado de astrología genetlíaca (1901), seguido de inmediato por una traducción del latín con el título La teoría de las determinaciones astrológicas de Morin de Villefranche (1902).
También nos llama la atención observar que las po­cas publicaciones francesas que señalan la reaparición de la astrología son obra de aficionados, de forma diferente y en mayor o menor grado marginales, mientras que hacia la misma época los autores ingleses son casi siempre practicantes profesionales.
Surge entonces la personalidad eminente de la astrología de la época: un politécnico oficial de artillería, Paul Choisnard (1867-1930). Con gran originalidad procurará conciliar la astrología tradicional redescubierta con las exigencias estrictas de su formación científica racional. Autor de más de 20 obras, comienza a publicar en 1900, primero con el seudónimo de Paul Flambard y luego con su propio nombre. Su tentativa representa un auténtico viraje en la historia de la astrología, cuyo devenir examinaremos en el capítulo siguiente.
«Los elementos en juego, escribe, están formados en parte por las facultades humanas o los aconteci­mientos humanos y en parte por los datos astronómicos del cielo de nacimiento: el punto esencial es demostrar si la correspondencia entre estas dos categorías de cosas es real o no lo es. Ahora bien, los tratados de astrología compuestos invariablemente de reglas antiguas y sin el menor afán de crítica científica- nunca aportaron prueba alguna válida al respecto; pues toda la habilidad de los ‘confeccionadores’ de horoscopos en nada influirá sobre la verdad científica en juego, verdad sólo demos­trable por el cálculo de probabilidades.» «La hostilidad sistemática contra la tradición -añade- no me parece más legítima que el hecho de observarla ciegamente», y reconoce que «para estudiar con provecho la astrología, primero hay que librarse del miedo al ridículo». Así pues, para el autor, la astrología es -por vez primera en el mundo- el objeto posible de una investigación cien­tífica mediante el cálculo de probabilidades, Pero es consciente de que «la concatenación de causas y efectos, lejos de ser simple, encierra siempre factores secunda­rios de los que un considerable número pueden ser desconocidos para nosotros; por esta razón, tenemos que en­frentarnos con resultantes variables más o menos com­plejas, y para conocer alguna de sus causas determinantes -es decir, establecer correspondencias entre aquéllas y éstas- no hay más que un medio: y es el de comparar las frecuencias de los elementos en juego. Es la única manera de llegar a probar que se está en presencia de una ley y no de una coincidencia fortui­ta; dicho de otro modo, de una observación que es posible repetir y no de un resultado cuyas causas se nos escapan por completo».
Choisnard pasó muchos años de su vida buscando estas correspondencias, afirmándolas en numerosas publicaciones y justificando a sus ojos la mayoría de las técnicas astrológicas. Descubrió inclusive otras nuevas, ya que estudió y, a su entender, demostró la existencia de una herencia astral según la cual los niños nacen bajo posiciones planetarias idénticas a sus padres con más frecuencia de lo que se podría achacar al azar.
Sin embargo, pese a la excelencia del método y del propósito afirmados, debemos reconocer que la cose­cha científica no estuvo a la altura que podía esperarse a la luz de los estudios modernos. Es de lamentar, en efecto, que los datos experimentales y el detalle de los cálculos no aparezcan fácilmente, como lo exigen los trabajos científicos actuales. Pero esto no tiene impor­tancia, pues había nacido una nueva actitud. Esta marcó un hito, pero puso en su contra a la vez al sector científico, que ignoró la original postura de este poli­técnico, y al sector astrológico, que, sin ninguna formación científica, interpretó esta actitud como una intru­sión aberrante e incomprensible. Habrá que esperar los trabajos de Krafft en Alemania, de Lasson y sobre todo de Gauquelin en Francia, para reencontrar el mismo filón.
Así pues, la astrología, antes y después de la última guerra, se asienta nuevamente en Francia.
«De 1930 a 1970 -escribe el sociólogo C. Fischler -, hemos asistido al despegue y expansión de una astrología de masas, producida y difundida por los medios de comunicación, pero sería equivocado concluir que la astrología moderna se orienta únicamente hacia la ‘masa’, hacia las capas medias o populares. Pues, al mismo tiempo que este nuevo brote prosigue su crecimiento, la astrología, abandonando su aspecto soterrado ocultista, se extiende también por las capas superiores de la burguesía, por las clases dirigentes técnicas, empresariales y las Profesiones liberales. Y este crecimiento en las clases privilegiadas es sin duda una de las formas más caracte­rísticas y significativas de la astrología moderna (en Francia). »
Alcanzan celebridad varios astrólogos, entre ellos J. Barbault, autor de una colección de nombre «Le zodiaque», publicada por la editorial Seuil.
La astrología de elite crece y, prosigue C. Fischler, «la cultura facilita el acceso a la astrología erudita, sincrética y perfeccionada. La clase superior es la que fundamentalmente consume los frutos de la investigación astrológica de punta». El análisis de los mapas del cielo de nacimiento pasará a ser, dice, «ayuda en la toma de decisiones, herramienta de investigación psicológica, arma entre otras de los cazadores de cabezas». En este nivel cultivado se edita una prensa especial en cuyo seno podemos mencionar, entre otras, Horoscope (antiguo y que amalgama todavía en su publicidad astrología, magia y videncia), Astral y, recientemente, Astrologie pratique.
Paralelamente, y hacia los mismos años que en Gran Bretaña, se perpetúa una astrología popular ampliamente reflejada en la prensa. Aparecen los primeros horoscopos en la prensa femenina (Journal de la femme, 1932) y en la prensa cotidiana: la primera publicación en Paris-Soir es del 18 de abril de 1935. Se advierte que también aquí los horoscopos son siempre prácticamente previsionales. El principio de los cálcu­los es simple: para cada signo del zodíaco se consideran los aspectos con los planetas del cielo (del día, la semana o el mes). Esta técnica se puede comparar con una previsión según las «casas solares» por asociación a partir de la casa 1 = Aries.

En el otoño de 1970 se produce lo que el sociólogo C. Fischler califica de «acontecimiento de proporciones»: la aparición en la radio de Madame Soleil, quien atiende consultas directas. Desde el principio, dicen, recibe de 15.000 a 18.000 llamadas telefónicas diarias.
En el punto culminante de su popularidad, Madame Soleil habría tenido 300.000 cartas en espera. El éxito desborda las previsiones. La televisión también acoge al ahora célebre personaje. Suele citarse la respuesta del presidente Pompidou a una pregunta que no estaba en condiciones de responder: «Yo no soy Madame Soleil», De ese modo, dice C. Fischler, «llevó al lenguaje corriente un idiotismo que quizá sitúe a la astróloga de las ondas junto a los grandes arquetipos oraculares de Occidente» .
De hecho, Madame Soleil es astróloga, pero su éxi­to se debe aparentemente tanto a su carisma personal como a «que dispensa, de una forma sencilla y calurosa, la confortación, el consuelo, el estímulo y la reprobación amistosa» con unas cuantas referencias astrales.
En unas cuantas décadas se organizan diversas so­ciedades astrológicas que realizan actividades de orientación y niveles variados, y se siguen creando otras nuevas. La vida astrológica francesa es de tal magnitud que J. Halbronn necesita un volumen entero, en 1984, para consignar sus referencias. Por el contrario, la barrera entre el mundo científico universitario y la astrología sigue siendo totalmente infranqueable, después de la tentativa de Choisnard y de los resultados de Gauquelin.

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